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Judith Miller, Robert Lefort

El sujeto afectado por el encuentro con una lengua, ya sea hablada, escrita o digital, está inmerso en un espacio topológico que no es el de la geometría euclidiana ni tampoco el del espejo plano. Es un espacio que no se conecta fácilmente con el cuerpo. Los modos de tratamiento por los circuitos de la voz y de la mirada suponen el encuentro del sujeto con autismo con una la lengua en el baño de lenguaje en el que está inmerso. La ausencia de balbuceo, de equívoco de la lengua encarnada, figura desde el principio en los estudios sobre el autismo. El niño tiene un goce especial en cifrar de esta manera, sin centrarlo en el intercambio con el otro, modo de surgimiento de la lengua que no se dirige a nadie pero deja marcas en la superficie del cuerpo a través de la repetición. Aunque los niños autistas no se articulen con la función de la palabra, no por esto son insensibles a la instancia de la letra; sujetos autistas que presentan un retraso en la adquisición del lenguaje hablado disponen de la escritura. Una subjetividad autística [puede surgir]de la producción de un lenguaje privado, como siendo el testimonio por excelencia de la construcción de un borde específico entre el sujeto y el Otro. El sujeto no está hecho para comunicar sino para insertarse en el mundo de manera autoerótica. Y son los circuitos que el sujeto creará los que le permitirán obtener esa inclusión en el mundo.

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